Llego a la carnicería con mi perro boty. Perdone, donde encuentro un poco de vigor, necesito vigor. Es que estas no son horas de despertarme, ahora me espera un día mitad luz mitad sombra y no es de ley desayunar y tomar café con leche a las 2 de la tarde. Tengame aquí mi perro que voy a tomar un ticket, es manso, solo sostengalo. Como yo, todos empiezan a verse las caras mientras el carnicero va atendiendo a los clientes por órden numérico. Por suerte muchos se impacientan y se largan.
Esta persona a mi lado se ha indignado cuando le pido sostener la correa de mi perro un momento, al final lo ha hecho pero a regañadientes. El corte rapado deja ver la pálida piel de su cabeza. Este no debe salir sino de su casa a la oficina, en su carro con vidrios ahumados. Me mira como un asesino gay a su próxima víctima.
Gracias, vió que no muerde? ni ladra ni muerde el estúpido perro. Adiós, y disculpe la molestia. Me paso al otro extremo del mostrador, y me coloco de espaldas al asesino. Uno como él mató a Versace en Miami, y el taxista que me trajo, también tenía esa mirada de reclamo vicioso, por lo que yo venía muy pegado a la puerta de copiloto y dispuesto a abrirla y saltar a la calle si veía la menor intensión de desviar el rumbo. Me pregunto si los torturará con toda clase de fetiches y trajes de cuero antes de degollarlos. Palidezco.
Si tuviera vigor saldría corriendo ahora, cruzaría la avenida, treparía ese muro de dos metros con la agilidad de antes, sacaría mi revolver y empezaría a disparar contra todos los que habitan esa casa. Me apoderaría del tiempo, no dejando ni un segundo que la razón o la prudencia aconsejen, solo sería un impulso disparado, activado convulsivamente, vigoroso, ardiente, espasmódico, golpeando, llorando, moviéndome, eliminando obstáculos, batiendo puertas, siguiendo automáticamente los procedimientos pero con todas mis fuerzas dirigidas a un solo objetivo. Pero ni vigor, ni objetivos claros tengo hoy.
Si tuviera una familia no le daría mi amor, la abandonaría. Si tuviera un malentendido con alguien, no lo arreglaría, le ignoraría para siempre—por algo tengo este malentendido con la humanidad desde hace décadas, y no pienso enfrentarlo, no me siento obligado a responder por mis ausencia en reuniones, actos públicos, gremiales, partidistas, familiares, amistosos, no me hago responsable de la negligencia que me endilgan, ni de ser asocial, ni de ser intratable, o exclusivo. Yo solo quiero comprar esos calamares de allí, sí de esos señor, un kilo, compraré mucha carne de mar para comer ésta semana, y le pagaré y usted me da mi vuelto y yo me voy y todos felices. A nadie le debo, nadie tiene conmigo cuentas pendientes. Claro, que sintiendome vigoroso tomaría cualquier medio de transporte hasta llegar a la playa, le alquilaría a cualquier pescador su lancha e iría yo mismo a pescar mi comida. Pero ahora solo pienso en volver a casa, hace mucho calor, y aquí no es vigor sino carne, solo carne lo que venden. Es lo que pasa cuando se entretiene uno toda la noche vagueando por calles solitarias, pensando, fumando, que al día siguiente se despierta tarde, y sintiéndose amodorrado.
Esta persona a mi lado se ha indignado cuando le pido sostener la correa de mi perro un momento, al final lo ha hecho pero a regañadientes. El corte rapado deja ver la pálida piel de su cabeza. Este no debe salir sino de su casa a la oficina, en su carro con vidrios ahumados. Me mira como un asesino gay a su próxima víctima.
Gracias, vió que no muerde? ni ladra ni muerde el estúpido perro. Adiós, y disculpe la molestia. Me paso al otro extremo del mostrador, y me coloco de espaldas al asesino. Uno como él mató a Versace en Miami, y el taxista que me trajo, también tenía esa mirada de reclamo vicioso, por lo que yo venía muy pegado a la puerta de copiloto y dispuesto a abrirla y saltar a la calle si veía la menor intensión de desviar el rumbo. Me pregunto si los torturará con toda clase de fetiches y trajes de cuero antes de degollarlos. Palidezco.
Si tuviera vigor saldría corriendo ahora, cruzaría la avenida, treparía ese muro de dos metros con la agilidad de antes, sacaría mi revolver y empezaría a disparar contra todos los que habitan esa casa. Me apoderaría del tiempo, no dejando ni un segundo que la razón o la prudencia aconsejen, solo sería un impulso disparado, activado convulsivamente, vigoroso, ardiente, espasmódico, golpeando, llorando, moviéndome, eliminando obstáculos, batiendo puertas, siguiendo automáticamente los procedimientos pero con todas mis fuerzas dirigidas a un solo objetivo. Pero ni vigor, ni objetivos claros tengo hoy.
Si tuviera una familia no le daría mi amor, la abandonaría. Si tuviera un malentendido con alguien, no lo arreglaría, le ignoraría para siempre—por algo tengo este malentendido con la humanidad desde hace décadas, y no pienso enfrentarlo, no me siento obligado a responder por mis ausencia en reuniones, actos públicos, gremiales, partidistas, familiares, amistosos, no me hago responsable de la negligencia que me endilgan, ni de ser asocial, ni de ser intratable, o exclusivo. Yo solo quiero comprar esos calamares de allí, sí de esos señor, un kilo, compraré mucha carne de mar para comer ésta semana, y le pagaré y usted me da mi vuelto y yo me voy y todos felices. A nadie le debo, nadie tiene conmigo cuentas pendientes. Claro, que sintiendome vigoroso tomaría cualquier medio de transporte hasta llegar a la playa, le alquilaría a cualquier pescador su lancha e iría yo mismo a pescar mi comida. Pero ahora solo pienso en volver a casa, hace mucho calor, y aquí no es vigor sino carne, solo carne lo que venden. Es lo que pasa cuando se entretiene uno toda la noche vagueando por calles solitarias, pensando, fumando, que al día siguiente se despierta tarde, y sintiéndose amodorrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario