También soy escritor. Creador también. También yo debo llenar una planilla de confesiones íntimas y generales para que este sentimiento de prótesis extraña, de arrastrar una extremidad muerta, inútil, deje de ser una indiscreción y se presente súbitamente como un grito de eureka! Se relajan las órbitas de los ojos y comienza uno a tropezar de buena gana, como el alocado relevo de trapecista por la cuerda floja, designado para transportar las mitologías comunes sin dejar caer las suyas propias, en el siguiente tramo. Mientras lanza las nuestras con una mano al aire, sin tener ni puta idea de malabarismo, con la otra sostiene sus propias piezas míticas, como un ramo de cristales inquietos entre los dedos resbalosos.Así sintiéndome he pasado por las primeras escalas de esta meditación... Actitudinal: el hombre amando al hombre porque amó al universo, amó al universo y al hombre porque primero se ama a sí mismo—y me salto las demás escalas de razón, desarrollar en jeroglíficos el cuento, “sin los lastres del lenguaje”. El viejo cliché de ser clave paralela, divorcio entre lenguaje y pensamiento y sin poder amputarse el ideal de Dios a algunos les resulta al menos arduo.Pero yo tengo ahora la sagrada *U*. Sé que es una U porque huele a color morado, a orquídea recortada en un catálogo navideño, en fondo negro, nocturno, una flor de fuego artificial y más, es una U que es mía, mi U, vuestra, y lo sé porque está delante de mí, con los co-olores que palpo, lo cual significa que detrás de mí estará el Umbral, formando la U inversa, y yo entre ambos no soy más que la flor de fuego, o el jeroglífico, el brazo pretérito que tantea el más allá desde lo escrito. Estoy mirando—estais—anonadado, el pasillo que contiene las dos U, y entendéis que ambos pasillos son infinitos, delante, detrás, no sé si son ambas parte de un círculo que no logró cerrarse, desprendidas en direcciones opuestas del tiempo dejándome en el comprometedor trance de ser unas letras aquí regadas, que son y somos la flor-jeroglífica, condenada a crecer aquí y ahora, sin más. Tal vez seamos—como en el ADN—intangibles eslabones de la espiral de las encarnaciones, rota en el tiempo transcurriente que somos y no nos queda más que inventar, y yo—ustedes—como anotador de asombros doy cuenta de lo que me parecen dos Ues, cumpliendo un jánico deber de tomar nota entre roces, piedras y espinas. Y naturalmente no queremos que sea tan arduo, debería ser maravilloso, pero es que en su momento los antecesores, los malabaristas inmediatos a quienes vinimos a relevar quisieron, prescindiendo también de Dios, hacer más transitable esta purpúrea vertiente de la otra realidad, aboliendo los senderos trillados; quitaron todos los avisos del camino, los quemaron, los enterraron, dejándonos sin la indicación hacia los mitos, los dogmas, los clásicos del arte y sus períodos... Los surrealistas, esos exploradores oníricos, forajidos y piratas saqueadores, mezclaron todo en un gran caldero e hicieron ver todo lo viejo como un sueño largo del que despertaríamos para confluir en algo así como la comunión de las almas en una sola planicie ecuménica subconsciente. Pues no era así, se fueron con su desarreglo a vivir en sueños, y le toca al creador actual pasarse la vida excavando etapas, desenterrando piezas, hacer paleontología y arqueología y buscarle a cada una un lugar en el rompecabezas desarmado que nos dejaron. Increíbles son, sin embargo, las combinaciones que pueden surgir en este oficio. Así, que lo diga Picasso: al fin y al cabo, es maravilloso.
lunes, 28 de abril de 2008
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