martes, 1 de abril de 2008

Discurso o Prólogo a algún libro de historia de Venezuela, o a la biografía de algún héroe de la causa emancipadora.

Me preguntan qué siento al presenciar los últimos ultrajes de las aves de rapiña, profanando los pedestales donde encumbradas brillaban las más claras glorias de nuestros pueblos; y pisoteando su historia, lanzándolos desde el cenit de lo humano al precipicio de las miserias, también humanas, se divierten.

Aborrecen a aquellos aventureros poetas, geniales quijotes, Mirandas y O’Higgins, Victor Jara y Alí, Cayaurima y José Leonardo, que arrancaron a grandes puñados la llama creadora que insuflaba en un tornado el universo de sus pechos, para prender fuego a la herrumbrosa ruina que sobrevenía vertiginosamente alrededor del progreso, queriendo maniatar el curso de la historia.

Y yo respondo: los Grandes no lograron incendiar esa ruina. Ni precisar siquiera el objetivo a vencer, puesto que éste mudaba de traje a conveniencia, ora patriota, ora conservador, para desplazar una élite y sustituirla. Algo lograron, sin embargo. Y sus logros son tales en cuanto que despertadores de pueblos ante su realidad en determinada hora histórica. Fueron campanazos de amor y fé en la humanidad, que se resiste a ser depredadora de sí misma.

Patriotas del amor y del presente, Patria la Libertad y Patria el Hombre. Resollantes heridas en el tiempo que ardían por instinto, habrán cicatrizado? No lo sé. Pero un rastro de sangre mancha mis pies descalzos por los pueblos del sur. El eco de mi voz al preguntar resuena en el pasado oscuro, indescifrado todavía.

No hace falta vivir de espaldas andando para sentir vibrar en el pecho los dolores de un ayer castigado, irredento que interroga con urgencia: Para qué la sangre, los muertos, el sacrificio? En los latidos del corazón vibra un poco el dolor de viejas derrotas, pero también alienta luminosa la llama del amor y la fe incorruptible en la victoria.

Rindo tributo a los Románticos. Los inmortales poetas que fueron elevados por la grandeza de su inspiración, hoy opacados por el incesante ruido de lo semi-artístico, pero no derrotados.

Reivindicamos hoy a los inmortales guerreros: Al abrir los ojos se hallaron rodeados de espléndidos templos de marfil, ornamentados de oro solar, naranjas, aroma de cayenas, gustosos elíxires, ¡La fantasía más airosa en los matices de un crepúsculo!

Ostentando sin cuidado las hilachas de mis ropas, asisto hoy a la misa oficiada en honor al valeroso Capitán navegando hacia Angostura, que tras su discurso memorable montó a caballo para libertar cien pueblos; a Martí y al Ché, así como a cultores de la palabra y la canción--más contemplativos que no menos sacrificados--que cerraron filas en el tiempo para defender y cuidar de la flor de la Cultura Americana, inteligencia profunda de la humanidad nuestra.

Gaviotas dolientes que siguiendo al sol hasta su puesta seputáronse en el mar, aquí mi ofrenda a cada flor ardiente que marchitó en mi ausencia, ofrenda en tinta roja.

Quedan en mi alma redimidas estas inmortales almas absurdas y luminosas. Porque tantas de sus manos se inclinan hoy desde otros siglos, para templando nuestros nervios seguir combatiendo y venciendo las sombras de la dominación.

Erick Nathaniel

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